domingo, 6 de noviembre de 2011

La dialéctica de las estatuas: El orden de la anestesia (por Marcelo Valko)

El ojo recargado… Alguna vez Merleau-Ponty señaló que el ojo llega siempre viejo a la imagen, es decir, la mirada accede a su objeto viciado de un saber previo, es como si planteáramos que la percepción llega cargada de haber visto, y por lo tanto, la representación de cualquier objeto se
encuentra teñida por aquellas experiencias y conocimientos previos. No es una tabula rasa donde ancla la visión sino que la misma está teñida o mediatizada por la historia personal.
Sin embargo, y más allá de compartir esa hipótesis, nuestra realidad Latinoamérica y en particular argentina, no puede menos que adecuar el enunciado del autor de y añadir una observación. En no pocos casos, el ojo no sólo arriba viciado de saber, sino que llega anestesiado a su objeto, llega como si no tuviese capacidad ni aptitud de percibir efectivamente lo que tiene frente a si. Esa insensibilidad no es casual,es una laboriosa construcción por parte de un Estado que fue modelado a piaccere por la “impoluta” generación del ´80. Precisamente por ello, me resulta imposible elaborar una propuesta sobre Educación y Memoria, sin advertir como en nuestro medio se instaló con absoluta contundencia y claridad una peculiar educación de la memoria que no es otra cosa que una Pedagogía de la Desmemoria, es decir, una doctrina del olvido, un catecismo impecable que instala un culto a la amnesia colectiva desde sitios tan inocentes como una plaza donde juegan niños o desde las veredas de cualquiera de nuestras ciudades.
Tal anestesia visual, para denominarla de algún modo, se trata de un mecanismo peligroso que tergiversa y suplanta la realidad mediante la laboriosa construcción de un imaginario social arraigado hace varias generaciones. Y esa amnesia y ese olvido produce como resultado la naturalización de una serie de cuestiones estructurales, donde asoma con crudeza el discurso elitista que ideó un país enquistado en el puerto de Buenos Aires que, imagina ser un apéndice de Europa en medio de la oscura barbarie latinoamericana que lo rodea con su tenaz incomprensión. Se trata, en última instancia, de un discurso indudablemente racista que se despliega contra un enorme segmento de la población. En este artículo me propongo sondear apenas una de tales aristas representada por la estatuaria que nos habitúa a convivir cotidianamente con semejante anestesia visual instaurada en el imaginario hace un siglo y medio por la generación del ´80 de la cual la Zanja de Alsina es su obra más cabal, ese mapamundi mental que separó de modo tajante a los seres que avanzan hacia el progreso y otros anacrónicos que no tienen cabida en el mundo del futuro, en definitiva separando humanos de salvajes, concretizando el viejo slogan sarmientino de civilización y barbarie. No olvidemos que, justamente el “Padre del Aula” tanto en escritos tempranos como o, más tardíos como afirma una y otra vez que “las razas americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces aun por medio de la compulsión para dedicarse a un trabajo duro y seguido”; “El indio se distingue de la manera más singular por una naturaleza apática e indiferente (…) su corazón no late ni ante el placer, ni ante la esperanza, sólo es accesible al miedo (...) el sensualismo y el alcohol les absorben todo el tiempo”. Mitre profundiza la idea. Basta leer el capitulo “El Inca” de su Historia de Manuel Belgrano donde se dedica a destrozar la idea de monarquía incaica planteada por el creador de la bandera en los debates de Tucumán de 1816. Señala que Belgrano propone coronar a “un rey de patas sucias y una monarquía en ojotas (…) un rey de burlas, hechura de la irreflexión y el capricho sacado de una choza”.

Finalmente, del sarcasmo pasa directamente a la falta de respeto a la investidura del héroe cuya historia escribe, al señalar que “mejor sería que se dejase de escribir y ganase batallas”. Ante los ojos de aquellos ideólogos de la Argentina para pocos, Manuel Belgrano había cometido un pecado imperdonable: aspiraba a un país inclusivo. En Argentina, la amnesia colectiva, se encuentran íntimamente vinculada a la currícula académica construida por la historiografía oficial que se enseñorea en las aulas amaestrando las neuronas de generaciones de alumnos y docentes. Es la misma historia oficial que HernándezArregui califica con lucidez como la Obra Maestra de la oligarquía. En ese sentido, tal construcción histórica cuyo mejor paradigma es Bartolomé Mitre, se ocupó de ordenar prolijamente el pasado para ungir prohombres y nombrar gusanos, elaborar un rating de héroes, situaciones épicas, aciertos y errores y, siempre y en todo momento planteó el paradigma que debe permanecer inalterable.

Para estructurar semejante Obra Maestra de las élites gobernantes, no solo se valieron de los textos y laminas de los “inocentes” manuales escolares aprobados por el Ministerio de Educación, sino que también desperdigó por todas las concentraciones urbanas, una serie de monumentos que, como una suerte de mojones sagrados, custodian el discurso de nuestra temporalidad como Nación. Lo aparentemente estático de la estatua, tiene que ver con la profunda tensión que ejerce el poder para mantener el statu quo. Nada como la estatuaria para instaurar el orden de las huellas mnémicas de una sociedad e impartir desde lo alto del
pedestal una determinada enseñanza que todavía no cesa. Como le consta a mucha gente, hoy en día, existe un importante movimiento social para Desmonumentar a Roca, es decir, mediante un proyecto de ley fundamentado con solidez por Osvaldo Bayer, se solicita a las autoridades de la ciudad de Buenos Aires que la estatua ecuestre del general Julio Roca emplazada en cercanías de la Plaza de Mayo, fuese trasladada a la estancia “La Larga” propiedad de los descendientes de quien fuera no sólo exterminador de mapuches y ranqueles sino que también hizo foco en los trabajadores, para lo cual impulsó la Ley de Residencia 4.144 con el propósito de mantener a raya a los extranjeros de ideología disolvente que atentaban contra el Ser Nacional con reclamos tan excéntricos como una jornada laboral de 8 horas. No resulta ocioso acotar que el redactor de la ley, fue Miguel Cané a quien únicamente se recuerda por la “inofensiva” Juvenilia.Tal movimiento social para Desmonumentar a Roca que repartió alegremente 42.000.000 de hectáreas a los principales apellidos de la Sociedad Rural, se extendió a todo lo largo de la República.

Felizmente cada vez son máslos pedidos que se multiplican en legislaturas y concejos deliberantes de todo el país, solicitando la definitiva eliminación de estos nombres malsanos y estatuas inmerecidas. Sin embargo, no solo hay que reemplazar estos nombres de calles y bronces de militares, mercenarios y traidores de toda laya, también debemos enfocar nuestra atención sobre otra clase de monumentos que en unos casos se enmascaran tras un ropaje piadoso y en otros, tienen que ver con lo artístico y sus curiosos emplazamientos.

No olvidemos que la cruz fue compañera inseparable de la espada y el arte en numerosas ocasiones estuvo al servicio de unos y otros, validando hasta lo imposible de aceptar. Veremos sin embargo, que tales representaciones, enmascaradas tras
un quietismo piadoso y un silencio artístico están más atentas que muchos de los que transitan a su lado.

El paradigma embalsamado

Los seres representados por lasestatuas son habitantes del pasado que se
presentifican modélicos; se trata de personajes que nos antecedieron e indican ejemplos a seguir y respetar. En general, pareciera que nadie las ve y que no tuviesen más utilidad que proporcionarle un excelente mirador a las palomas desde el cual asolearse y realizar con comodidad sus necesidades,pero veremos que el asunto es algo más sutil y que su utilidad está más allá de brindar un cómodo sitial para el deshago de las aves. La gente pasa a su lado sin reparar en la pedagogía que imparten desde su aparente inmovilidad. Sin embargo ellas están allí, dictando sin pausa, ordenando un pasado que se temporaliza en una suerte de presente perpetuo, imponiendo hacia el futuro un orden constante de prioridades morales e históricas desde una construcción estética.

Nos adoctrinan, nos acostumbran y sobretodo naturalizan un estado de cosas que
debe ser así y no de otra manera. En definitiva y aunque pareciera obvio, pero quizás
no tan evidente, la estatuaria tiene que ver con lo estático, con un quietismo anestésico. Dada la brevedad del espacio, mencionaré apenas tres casos de monumentos que incluyen indígenas en su emplazamiento pero que son lo suficientemente representativas para dar una idea cabal de la situación.

El primero de ellos se encuentra emplazado en la ciudad de Santiago del Estero, el
segundo en Buenos Aires y el último en Santa Rosa, capital de La Pampa. Aunque
parezca salida de una cantera medieval, Francisco Solano posee una increíble escultura emplazada en el jardín del Convento de San Francisco de la ciudad de Santiago del Estero. En la foto que acompaña esta nota, se lo observa erguido en lo alto de un pedestal, el rostro hosco, en su mano derecha alza un crucifijo exorcizador tal como corresponde a un “extirpador de idolatrías y bestialidades”,
mientras que en la otra sostiene un violín para nada casual y que representa
la música para calmar a “las fieras”. Tales atributos, crucifijo y violín son atributos habituales en la iconografía del religioso.

Sin embargo, en la estatua santiagueña existen una serie de detalles muy significativos. Pegado al pedestal de Solano, un indio reducido, parado en puntas de pie, se esfuerza por tratar de besar las sandalias del santo varón realizado en tono claro que contrasta con la negritud del indio. Pero el indio besador no está sólo. Junto a San Francisco Solano “Patrono de América” tempranamente beatificado para 1675 y luego canonizado en 1726, también se encuentra una mujer indígena en actitud de amamantar a un niño. El escultor contratado por la curia, interpreta
fielmente el mensaje a trasmitir: allí está el modelo de la familia monogámica que
vino a implementar la cruz y la espada. El rostro hirsuto de San Francisco Solano mira hacia adelante, observa el futuro. No tiene tiempo de mirar lo que ocurre a sus pies donde el indio se arrastra hacia la altura para besar su sandalia sacra. No percibe al humilde indígena, como tampoco a la familia de éste. Se trata de una presencia humilde, insignificante, en definitiva invisible. La extrema sumisión representada por el monumento expresa un racismo propio del imaginario conquistador característico de los siglos XVII o XVIII, que en última instancia nos remite a la dialéctica del amo y el esclavo que sigue enquistada en el imaginario argentino y que se dedica a enseñar lo que no es cierto y a tomar por verdadera a la mentira. Semejante Pedagogía de la Desmemoria nos lleva a aceptar como innegable una situación que sustituye la realidad.

Se trata de un monumento modélico que, en primer término ofende la dignidad de las
comunidades originarias, a las que muestra en una actitud sumisa y patética, una actitud que se busca instaurar. Todo el país está plagado por ésta geografía del mármol que sacraliza la temporalidad del poder y la resignada mansedumbre de los otros.

Veamos otro caso. Los kollas integrantes del Malón de la Paz, deseando inmortalizar
su épica llegada a BuenosAires el 3 de agosto de 1946, decidieron colocar una pequeña
placa de bronce al pie de un monumento que tuviese alguna relación con “lo indígena”.
Nunca imaginaron las dificultades con las que se toparían para concretar tan
modesta aspiración. A decir verdad, en la Capital Federal no tenían muchas esculturas
de donde escoger, no en vano, Ricardo Rojas habló acerca de la “pedagogía de las
estatuas”. Finalmente se decidieron por el monumento al “Hombre Autóctono” obra
del escultor Luis Perlotti, lugar donde todavía hoy, en abril, se conmemora el “Día del Indio”. Se trata de una obra de factura mediocre que se empantana en criterios
convencionales. Perlotti plasmó tres indios sentados que según su visión representan a las “razas ona, tehuelche y calchaquí”. La pose sedentaria del trío que pone énfasis en la rigidez y extrema pasividad contrasta con los 2000 kilómetros caminados por los kollas del Malón de la Paz, protagonistas de una protesta que tuvo como objetivo la recuperación de sus tierras ancestrales usurpadas por latifundistas como el tristemente célebre Robustiano Patrón Costas. Sin embargo, lo más significativo del “Hombre Autóctono” es su ubicación. El monumento de Perlotti se encuentra emplazado sospechosamente frente al cementerio de la Chacarita
a pocos metros de sus altos paredones.
Cabe preguntarse entonces: ¿por qué la representación del indígena se encuentra
junto a los muertos, mientras que tanto general a caballo, santo o caballo con general, están situados frente a las principales plazas y avenidas? Semejante ubicación del “Hombre Autóctono” más que un indicio, es un claro indicador, un signo que busca y logra asociar a los indígenas con la muerte, con los que ya no están entre nosotros. Los indios, tal como consta en tantos manuales escolares “habitaban, cazaban, creían, danzaban”, inexorablemente se conjuga el verbo en pasado. Se trata de una ausencia, de lo que aconteció y quedó atrás que fue superado. La Pedagogía de la Desmemoria, siempre y en todo momento buscó la invisibilización del indígena, la ausentificación de su presencia. ¿Acaso Argentina no viene de los barcos?
Continuando la secuencia que venimos enunciando, ahora toca el turno de otro insólito
monumento que se encuentra frente a la terminal de ómnibus de Santa Rosa, La Pampa. Dicho complejo escultórico tiene una ubicación preferencial desde la cual, recibe y despide a los viajeros que ingresan y parten de la estación, y les recuerda las
viejas lecciones inculcadas por la escuela sarmientina sobre quienes son los unos y
los otros, los nosotros y los ellos, en fin: los civilizados y los salvajes.
En la página Web Recordatorios y esculturas de Santa Rosa, perteneciente a
la municipalidad de esa ciudad, podemos enterarnos que dicho monumento creado por el artista Pianna, fue inaugurando el 30 de agosto de 1970, siendo gobernador el Contralmirante Guozden. Originalmente, la estatua se emplazó en el Colegio Don Bosco.
Años después decidieron donarla al municipio que en el año 2001 la coloca
en la plaza frente a la terminal. La descripción que se encuentra en el sitio oficial no tiene desperdicio por lo que finge, oculta y tergiversa: “Dicha
escultura es de bronce, representa a Don Bosco con dos niños ubicados a ambos lados, tomados de la mano”. Si observamos la imagen, advertimos de inmediato que tal descripción del monumento que, curiosamente fue inaugurado por un contralmirante
que ejercía el cargo de gobernador de facto, en realidad más que describir
encubre y le hace un flaco favor a Giovanni Melchor Bosco, declarado santo por Pío XI en 1934 conocido en nuestro medio con el simpático apelativo de don Bosco, y cuya Orden le brindó la cobertura ideológica que necesitaba la Conquista del Desierto
cumpliendo su propia consigna: “Debemos ir a la Patagonia, lo quiere el Papa, lo quiere Dios”. Retomando el complejo escultórico, vemos también un niño blanco y otro indígena.

No están tomados de la mano, sino que se encuentran mediatizados por el sacerdote que tiene su brazo apoyado en el hombro del niño blanco mientras que el indígena, de rodillas, intenta besar la mano del santo. Tal actitud es la misma que observamos
en la estatua de Santiago del Estero donde el salvaje en puntas de pie, se
esfuerza por besar los pies de San Francisco Solano erguido en lo alto del pedestal. Imagino que Hegel se sorprendería por encontrar plasmada con tanta claridad su hipótesis sobre la dialéctica del amo y el esclavo. Allí está el vencedor y el vencido, el hombre civilizado del futuro, y el salvaje reducido como un eslabón invisible del pasado, reconociendo con la sumisión postural la victoria absoluta
del otro. La dialéctica de amo y el esclavo se expresa con total nitidez.
Otro detalle que evita mencionar la descripción de la Municipalidad es que el niño blanco se encuentra vestido, con un libro en la mano e incluso junto a una pelota de fútbol. Es la síntesis perfecta de un joven completo que estudia y juega de la mano de la religión. En cambio el indígena, se encuentra semidesnudo, cubierto por
un faldón de cuero y en el pecho luce una rústica cruz de madera indicando que se trata de un indiecito reducido.

El cabello, si bien está sujeto con una vincha, mantiene un corte que muestra
un acercamiento a los nuevos requerimientos estéticos. Tengamos presente que la iconografía del indígena carente de ropa tiene que ver con la construcción del estereotipo encarnado en la inocencia del “buen salvaje” cercano a la naturaleza y
alejado de la razón, pero también, tan próximo a la lujuria sexual, al vicio y el pecado.
La escueta descripción tampoco menciona que se trata de una réplica, aunque
con algunas licencias vernáculas de la estatua emplazada en la basílica de San Pedro
del Vaticano. La misma se encuentra ubicada en la última hornacina de la derecha de la nave central, en un nicho reservado a los santos fundadores de órdenes religiosas, y es el único caso cuya representación se encuentra más elevada que el mismo San Pedro. Tanto en la escultura vaticana, como la que se encuentra
en Argentina, los dos niños son una clara referencia a Domingo Savio mientras que el
indiecito no es otro q u e C e f e r i n o Namuncurá. Es notable como la composición
del monumento, trasmite un mensaje no sólo de civilización y barbarie, sino de absolu t a s u m i s i ó n . Resulta evidente que el pequeño indígena semidesnudo
besando la mano de su benefactor, indica como la balanza está absolutamente inclinada para un solo lado, el del niño blanco, vestido, lector y con posibilidades
de jugar y que se encuentra de pie. Tal composición parece emerger de aquellos manuscritos de 1531 del Obispo de Michoacán Vasco de Quiroga quien se refería a los indios como “gente tan dispuesta y tan de cera y sin resistencia alguna… tan rasa la tabla y tan buena la vasija en la que nada hasta ahora se ha impreso, dibujado ni infundido”. Cinco siglos después de Vasco de Quiroga, la estatua de don Bosco y los dos niños resume una dialéctica de subordinación y superioridad de quien posee la razón y un otro, que no es más que una tabla rasa, absolutamente vacía que puede ser moldeada al antojo del benefactor religioso, una suerte de mediador entre la
civilización y la barbarie.
La naturalización de semejante situación es tan absoluta, que muy pocos advierten
hasta que punto se continúa ofendiendo, agrediendo gratuitamente a la memoria de
aquellas bocas muertas por la conquista que ya no pueden defenderse, y atentando contra la actualidad de un segmento enorme de la población nacional como son los pueblos originarios, que deben padecer la afrenta que se los trate, considere e inmortalice como semi-humanos o en el mejor de los casos, como unos seres repletos de vacío.

El sol del 25...

Las estatuas están allí, enhiestas con sus dedos índices señalando el horizonte, naturalizando un destino común para todos los ciudadanos. Naturalizar significa justamente, transformar algo en natural aún cuando se trate de una situación y contexto que no lo es. Naturalizar el destino de sumisión del esclavo. Su emplazamiento y postura tiene que ver con una metodología que se supone pedagógica. Son ejemplos a seguir. Son las posiciones que se deben ocupar en la sociedad. La estatua santiagueña de Francisco Solano no sólo agrede a los indígenas, insulta a todos los seres humanos, por lo tanto, semejante monumento al indio reducido y a su amo “piadoso” debe ser retirada de la vía publica. Santos como Giovanni Melchor Bosco señalando con sus manos a los civilizados y a los bárbaros, o el caso del “HombreAutóctono” de Perlotti que instala a los indios junto al cementerio mientras que los próceres creados por la historiografía oficial habitan el centro de las ciudades escogen un destino como Nación. El mensaje es claro. Pero es hora de replantear esta pedagogía de la estatuaria que apunta a ensalzar a unos e invisibilizar a otros. Algunos piensan que se trata de momias silenciosas en lo alto de un pedestal. El asunto es más complejo. En realidad, las estatuas fingen una inocencia silenciosa, simulan una aséptica inmovilidad que poco y nada tiene de aséptica e inmóvil y mucho menos de silenciosa. Muy por el contrario, se la pasan
aleccionándonos. Las estatuas son peligrosas, siempre lo fueron, desde los inicios
mesopotámicos todas las culturas las tuvieron en la mira y batallaron contra ellas.
Representaciones de dioses y reyes fueron combatidos sin piedad por otros dioses y
reyes. Recordemos tan solo los ejemplos más recientes que re c i b i e r o n u n a
amplia cobertura mediática como lo sucedido tras la caída de la URSS con las
representaciones de Lenín o tras la invasión de Irak con las estatuas de Sadam
Hussein que los tanques de EEUU se empeñaron en derribar.
Las estatuas no son inocentes y cuando se produce un violento cambio de paradigma
o choque cultural radical como los mencionados, la estatuaria en tanto signo
contrario, es percibida y por ello debe ser neutralizada de inmediato, de lo cual, la voladura de la svástica en lo alto del Reichstag de Berlín por parte de las tropas soviéticas en 1945 es un ejemplo contundente. Pasado ese momento de shock, la estatuaria es reemplazada por otra. Paulatinamente, el ojo se acostumbra a la novedad y pronto comienza a ser modelado a su vez por la nueva estatuaria y se
produce la aleccionadora anestesia visual.
Sin dudas, las estatuas son ocupantes del imaginario social, son los modelos a respetar y seguir y está bien que así sea, lo que sin duda es pernicioso, es cuando el ejemplo que se postula modélico es falso o malsano, cuando instala una cronología patológica.
En Argentina estamos asistiendo a uno de esos momentos que son bisagras culturales,
un nuevo paradigma del cual Desmonumentemos a Roca, es el más claro ejemplo. Hace 50 años era directamente impensable. Tales estatuas y monumentos diseminados por todo el país, constituyen una geografía sagrada, mojones cómplices de la invisibilidad
emplazados por una élite que se esfuerza y utiliza todas las estrategias posibles
para instalar una determinada relación especular, una nítida construcción del otro
y de la imagen de sí misma que se impone desde el discurso del poder. Tenemos la
obligación de construir un país fraterno y para que ello sea posible, es necesario responder a cada una de las afrentas incluso de la estatuaria que, como vemos, no son tan silenciosas ni tan inocentes y expresan más de lo que imaginamos al pasar a su lado. En su inmensa mayoría, la estatuaria nos acostumbra a la mentira y naturaliza un país ficcional. Más de una vez, me solicitaron datos históricos para fundamentar la sustitución del nombre del general Roca. En el valle del Chubut un vecino de origen gales, señaló que: “no admitía que sus hijos jugaran en una plaza que lleva el nombre de un asesino”. El dato me parece interesante, ya que la tarea de habitar un país fraterno,tarea que parece infinita, para que tenga éxito, se debe realizar desde un enorme conjunto de ciudadanos tanto de los pueblos originarios como de quines somos huincas, porque es una tarea de seres humanos idénticos a quienes la injusticia ofende por igual. Hoy asoma un nuevo imaginario social que pretende dejar atrás una Argentina enquistada en la Capital Federal, un paradigma
que entre otros ítems, debe terminar con aquella estatuaria que, como gendarmes o mojones de la Obra Maestra de la oligarquía construyeron y siguen custodiando la
exclusión de un enorme segmento de la población. Y aunque los avances en ocasiones se midan en milímetros, no dejan de ser avances. “Es lento,pero viene”, tarde o temprano una Argentina de inclusión terminará de asomar en el horizonte para reemplazar la historiografía que olvida y execra los ideales de la Revolución de
Mayo por un pensamiento fraterno que haga foco en aquella frase del Himno Nacional: “Ved en el trono a la noble igualdad”.

Marcelo Valko, Revista Solidaridad Global, diciembre 2010